En un deteriorado hospital psiquiátrico de Montevideo funciona desde hace 20 años Radio Vilardevoz, conducida por un grupo variopinto de pacientes y psicólogos. Cuando son invitados a participar de un encuentro de “radios locas” en México, la excusa del viaje nos abre una ventana hacia los sueños, expectativas y sentimientos de un colectivo que, mediante el afecto, nos interpela sobre nuestra forma de lidiar con la locura.
Sobre el documental...El buen resplandor
Esto de escribir sobre cine y tratar de volcar lo que sentimos nos hace transitar por estados muy diversos. Solo en raras oportunidades, esa conjunción de lo básicamente cinematográfico con el espíritu que se logra transmitir - algo así como la forma y el concepto - provoca una sensación de plenitud tal que no podemos hacer otra cosa que agradecer a quienes hicieron posible la obra en cuestión. En este documental estamos ante uno de esos casos.
La Radio Vilardevoz es una radio comunitaria que funciona desde 1997; se gestiona de forma cooperativa, y está ubicada físicamente en el predio del Hospital siquiátrico de la avenida Millán. Sicólogos, internos y pacientes ambulantes abordan en las diferentes emisiones (los sábados son los días de salida al aire, mientras que el resto de la semana tienen lugar talleres de diversa índole) aspectos relativos a la salud mental, alternando con programas de temáticas más generales y con una entrevista central la mayoría de las veces.
Las directoras Alicia Cano (El Bella Vista, 2012) y Leticia Cuba toman como excusa los preparativos de un viaje a México a una especie de congreso de radios llevadas adelante por pacientes siquiátricos, y se meten en el corazón del proyecto. Tomando como referencia a los futuros viajantes la película logra, con una precisión llamativa y bienvenida, reflejar las inquietudes de los enfermos y sus asuntos más personales; el mejor ejemplo es la real expectativa con que seguimos la historia de amor entre la inefable Olga y el locutor Manuel, o la disyuntiva de Carolina entre cumplir su deseo de ser madre o seguir tomando la medicación que le indicaron.
El tono amable y afectuoso no se abandona aún en los momentos más duros; sin embargo, el tino de una cámara en absoluto invasiva, pero siempre atenta a miradas, a pequeños y/o grandes gestos, no nos deja olvidar quienes son estos seres humanos entrañables y cuál es su realidad. Y es ahí donde ese logro de las directoras se transforma casi en una proeza, ya que en ningún momento se les va de las manos esa película que querían hacer. La reflexión y la emoción surgen desde un lugar que no deja de lado la realidad, pero que no apela a una sensiblería que, teniendo en cuenta el tema en cuestión, podía derivar en artificiosos golpes bajos.
La pericia en la edición de Valentina Leduc - supongo que también la de Fernando Epstein, uno de los productores y con valiosos antecedentes como editor - es vital para que incluso la forma en que se nos brinda la información sobre cada uno de los pacientes aparezca en el momento justo. Es así como con el correr de la narración caemos en la cuenta que los futuros viajeros son pacientes ambulantes que no residen en el hospital; acompañamos a Gustavo y su solidaridad en la marcha en relación a los desaparecidos en Ayotzinapa y a Carolina en su intento de que todos se corten el pelo con ella.
La forma en que se aborda la salud mental en Uruguay sobrevuela casi continuamente. Si bien se admite que los tratamientos utilizados pueden ser efectivos en las crisis agudas, las mayores críticas están vinculadas a la sobre medicación y a la premura con que se privilegia el uso del electroshock ante los métodos menos invasivos. En este aspecto vale subrayar que las opiniones son justamente las de los pacientes, y no la de profesionales de la salud mental.
Y volvemos a la radio. Esa radio donde exponen, denuncian, ríen, discuten y se enamoran. Esa radio que hace que sus sonidos generen, por esta vez, un buen resplandor.
Por Pablo Delucis